RELATO: Pesadilla en el Underground

                                                                   

                                                                     “Tengo miedo de cerrar mis ojos... tengo miedo de abrirlos.” 

(El proyecto de la Bruja de Blair)


Hay algo indiscutible y es que la magia de la ciudad de Londres te encandila desde que posas tus pies en la metrópolis. Puede que al llegar, sientas que eres una extraña, una forastera, en una ciudad que apenas comprendes. Pero si le das la oportunidad, en breve la apreciarás como tu lugar en el mundo. Tratar de buscar palabras para describir el hechizo de la ciudad, es algo que Bridget había dado por imposible tan sólo unas semanas después de residir allí. 

Ella no era de Londres, ni tan siquiera de ese país, pero su afecto por aquel lugar era indescriptible. 

Si había otra cosa que amara más que la ciudad en sí, eran los misterios que esta escondía y es por ello, que al final, el destino quiso que descubriera unas reuniones a las que jamás planeó asistir y que sin embargo, llevaba haciendo desde hacía ya algún tiempo. Estaban organizadas por un extraño y esperpéntico hombrecillo, con cabello largo y despeinado, que llevaba unas extrañas gafas de tubo. En ellas, se reunían cada mes unas cuantas personas en diferentes rincones de Londres cada vez, donde habían informes de sucesos paranormales ocurridos anteriormente y, entre todos los asistentes, investigaban un hecho en concreto. 

Bridget no solía experimentar nada extraño mientras investigaban. De hecho, muchas veces todo quedaba en algún pequeño susto y divertidas anécdotas, que después, al recordarlos, les hacía partirse de risa por aquellos momentos en que sus corazones se habían desatado sin freno durante instantes. Aún así, se había vuelto adicta a ese chute mensual de adrenalina; y era también digno de destacar, que entre el grupo de asiduos se encontraba una chica, de nombre Everly, a la que solo veía en aquellas reuniones. 

Everly era para ella su «Londres» particular. Desde que sus grandes ojos azules se habían cruzado con los suyos en una de las primeras reuniones cuando, investigando en un bar, Bridget había dado una clave para resolver uno de los misterios más grandes a los que se habían enfrentado. Aquella mirada oceánica, no se había alejado de su pensamiento y mucho menos de su corazón. No podía negarlo, estar a su lado era enamorarse de su esencia, de su perfume a mezcla de frutillas salvajes, de su sonrisa que la hacía brillar con luz propia, de esa mirada en la que podrías perderte, de su sexto sentido, su intuición y su inteligencia cada vez que exponía con pasión alguna de sus ideas.

Aquel mediodía, mientras preparaba la comida en la pequeña cocina de su piso, en la que apenas podía moverse con soltura, escuchó el tono de su móvil, sonido que le avisaba de la llegada de un nuevo mensaje. No pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro al comprobar su remitente.

“Manos frías, ¿te vienes a la fiesta de Halloween conmigo?” 

Aquel era el mote que había usado Everly con ella desde una investigación nocturna sobre un tren fantasma en la estación de South Kensington. Aquella noche de hacía más de dos meses, se había dejado en casa los guantes ya que era pleno agosto. Para sorpresa de casi todos sus compañeros, sus manos habían adquirido un singular tono azulado tan sólo una hora después de llegar a los andenes exteriores de la estación. Para ayudarla, a Everly se le había ocurrido una brillante idea, que no fue muy comprendida por los demás: había introducido las manos de Bridget en los bolsillos de su propia chaqueta, proporcionándole así el calor necesario para que no sufriera los síntomas de aquella dolencia suya. Aquella noche no se separaron, ni a pesar de las miradas escrutadoras del resto de investigadores, que poco o nada tenían que saber de lo que estaba pasando entre ellas. 

Nada había ido a más entre ambas después de aquella noche. Bridget estaba centrada en sus estudios en la ciudad y Everly era una de las estudiantes más aventajadas en la Academia de Artes Teatrales de Mount View. Así que no habían coincidido nunca después de aquel episodio, pero todo cambiaría aquella noche. Hasta ese momento no había tenido ni pizca de ganas de asistir al evento que había preparado el grupo, porque si sumergirse en las mazmorras de Londres era una idea espeluznante durante el resto del año, hacerlo en pleno Halloween no era otra cosa que una idea demencial: iban a descubrir más a fondo la historia de los asesinos que habían aterrorizado Londres durante su historia, el laberinto de los perdidos e incluso un barco directo al infierno -claro, que este último en sentido figurado- ; no, el plan era bastante terrorífico, más si cabe, porque el hombre que llevaba aquellas reuniones espeluznantes, había conseguido que solo ellos disfrutaran de la atracción durante horas con un pase VIP que solo él, gracias a sus contactos, había logrado. No obstante, Everly estaba pidiéndole que la acompañara y bien fuera por su infinita curiosidad o por el poder que aquella chica ejercía sobre ella, se había quedado sin excusas. 

“¿Nos vemos en cuatro horas en la estación de Tooting?”

También coincidía que ambas vivían en Tooting Broadway, al sur de la ciudad y aunque no habían quedado para ir juntas a las reuniones, compartían aquella estación y alguna vez se habían encontrado en el caótico tumulto de aquel lugar. 

“Ok. ¿Por fin te atreves a quedar conmigo, eh?”

Se sonrojó sin poder evitarlo después de aquel mensaje con doble intención. Everly era mucho más vivaracha que ella y su picardía la dejaba fuera de juego la mayoría de las veces. 

Aún quedaban unas cuantas horas para poder arreglarse y calmar sus nervios. 


***


Tal como habían quedado, se encontraron en la puerta de la estación y se saludaron con un amistoso abrazo. La Northern line las llevaría hasta el centro de la ciudad donde estaba el gastropub cercano al British Museum donde todo el grupo había quedado para tomar unas cuantas pintas y cenar antes de ir a las mazmorras. Típico plan londoner el de tomar unas pintas antes de ir a cualquier otro lugar. Bridget odiaba la cerveza antes de llegar a la ciudad, pero ahora era una aficionada más de aquellos planes. 

Ya que el viaje era un poco largo, iban escuchando música ambas con los auriculares Bluetooth de Everly. Estaban sentadas muy juntas, con las manos entrelazadas y tarareando a dúo la canción «Running Towards A Place» de The Killers, mientras sonreían. 

Pronto iban a descubrir que las sonrisas habían terminado ya aquella noche. Al alzar la mirada se encontraron con que el vagón, cosa nada habitual, había quedado totalmente vacío mientras ellas habían permanecido en su mundo. 

—¡Qué extraño! —recalcó Everly. 

A pesar de que Bridget no quiso darle la más mínima importancia, su fingida seguridad terminó cuando el tren se paró entre estaciones antes de llegar a Holborn. Durante unos minutos permanecieron en silencio. Las chicas se levantaron para observar si conseguían divisar algo por las ventanillas: nada, no se veía nada ni a nadie, ni fuera, ni en los otros vagones adyacentes. 

—Vale, esto es jodidamente raro —señaló Bridget estrechando la mano de su compañera, tratando de infundir algo de tranquilidad, cosa que ella no sentía ni por asomo. 

De pronto, proveniente de fuera del vagón se oyeron unos sonoros crujidos y unos poderosos pasos que se acercaban con fuerza. No lo comprendían, pues encerradas en aquel vagón cerrado herméticamente, no deberían escuchar aquellos sonidos y mucho menos con tanta nitidez. La puerta se abrió con un intenso quejido y poco duró la idea de que alguien venía a rescatarlas. Los seres que aparecieron no tenían pinta de ser sus salvadores y ni siquiera se les pasó por la cabeza de que fueran disfrazados, aun siendo la noche la que era. 

Una mujer vestida de velo blanco y maquillada de sacerdotisa egipcia, con una extraña corona con un león en la parte superior, fue la primera que entró en el vagón, seguida muy de cerca por un hombre alto, que sobrepasaba los dos metros y que mostraba su musculado torso desnudo; sobre su cabeza y rostro, una poderosa máscara de león negro con melena rojiza, que cubría por completo sus hombros. Junto a ellos, una guardia de cinco extraños hombres con la piel casi cayendo a tiras y vendajes por todo su cuerpo, protegía a la mujer, mientras el hombre alto y con máscara de león, se acercaba a ellas. 

El silencio era tenso pues el terror que sentían no las dejaba ni gritar. De pronto el aire apestaba a rancio, a podredumbre, a lugar cerrado durante siglos. Todo lo mundano había quedado relegado a un segundo plano ante la mortal sensación de peligro. ¿Qué estaba ocurriendo y por qué en ningún momento pensaron que se trataba de gente disfrazada? La respuesta a la primera pregunta, no se la imaginaban, pero la segunda, sí: era la solemnidad de sus movimientos, sus ropajes y máscaras, ya que no parecían estar confeccionados en la actualidad, y también porque aquella sacerdotisa levitaba, se deslizaba sin que sus pies tocaran el suelo ni un instante. La envergadura de su acompañante tampoco dejaba lugar a dudas. Lo que estaban presenciando distaba mucho de la cotidianidad de aquellas fiestas.

—Descendiente de Isabella Parker, he estado buscando tu sangre desde hace muchos años —habló aquella mujer de presencia sutil pero aterradora. 

Bridget se quedó en shock durante un instante. Ella nada tenía que ver con ningún Parker, entonces lo entendió… Isabella Parker… Everly Parker. La muchacha había explicado en alguna ocasión que su antepasada era una periodista apasionada del antiguo Egipto y que murió en circunstancias un tanto sospechosas. Miró perpleja a su amiga y vio como el terror se había apoderado de ella, borrando de su expresión, su habitual dulzura.

—No puedes ser tú —titubeó Everly, casi sin aliento, ni habla. Cogió a Bridget por el brazo e intentó alejarse corriendo hacia la punta contraria del vagón. De poco o nada les sirvió, las puertas estaban bloqueadas. No había salida. 

—¿Qué ocurre? —preguntó en un susurro Bridget, tratando de ser solo oída por Everly. 

Tampoco fue así. 

—Tu bisabuela me arrebató todo el honor que me quedaba y yo he venido a arrebatarte todo lo que tú tienes—amenazó la aterradora sacerdotisa.

—¿Quién eres? —preguntó Bridget tratando de abrir la puerta que separaba los vagones para seguir corriendo y escapar de ellos. 

—A esto me condenaron —dijo señalando sus vendas—, para después arrancarme de mi tierra y traerme a este lejano lugar para exponer mis restos como si yo no fuera nada. 

De sus puños apretados comenzó a salir una ventisca de arena que cortaba el rostro de sus víctimas y todo lo que estuviera expuesto y sin proteger. El gesto de aquel ser se deformó en un gesto grotesco para emitir una especie de grito atronador que hizo temblar el vagón. Por fortuna, aquel poder, también hizo que la puerta se desbloqueara. 

—Soy la alta sacerdotisa Oni de la Tercera Dinastía, dediqué mi vida a Amun-Ra hasta que fui traicionada, asesinada y castigada ¡Y ahora pagaréis por ello! —advirtió con violencia. 

No tuvieron tiempo ni para pensar el porqué de que las estuviera amenazando a ellas, pues a la ira que desplegaba Oni, se le unía la de su compañero, que inició su persecución y aunque ellas hicieron todo lo posible por escapar, poco podían hacer en aquella mínima distancia y la enorme envergadura de aquel ser que destrozaba todo a su paso. Sus gritos de pánico eran silenciados por el atronador rugido de su atacante.

Cuando Bridget sintió la daga contra su cuello, supo que iba a morir, sobre todo cuando sus desorbitados ojos contemplaron con horror como la máscara de león, no era tal, la rojiza melena estaba en realidad teñida de sangre y la gran boca de enormes colmillos esbozó una diabólica sonrisa. 

—¡Dejadla ir! Ella es inocente —rogó desesperada Everly, tratando de salir del escudo que era el cuerpo de Bridget que trataba de protegerla y seguía haciéndolo evitando que se situase delante. 

—¡Oh, no, no lo es! —exclamó la sacerdotisa de nombre Oni, con una voz de ultratumba que les dañó los tímpanos— Shezmu es el Dios de la ejecución y eso ha venido a hacer con vosotras. 

Bridget cerró los ojos con fuerza ante la más que segura y horrenda muerte que las esperaba a manos de ese ser. No había escapatoria para ninguna de ellas. No era un simulacro, iban a morir. Cerró los ojos y siguió protegiendo con su cuerpo a Everly, pensando con inocencia que si seguía rezando a todo lo que se le ocurría en aquellos momentos, donde podía oler su propia muerte, algo la escucharía y haría que se salvaran de aquella pesadilla.


***


Cuando sus pesados ojos se fueron abriendo poco a poco ante una luz que cada vez le resultaba más molesta, no recordaba nada. Sintió su cuerpo descansando en un lugar suave y cálido. Lentamente giró su mirada hacia la izquierda y con su mano, apretada en forma de puño, sostuvo las sábanas de una cama que no conocía. Estaba en una habitación extraña, aunque acogedora, con paredes decoradas únicamente con fotografías. Frente a ella, una ventana por la que entraban los primeros rayos de sol, a un cuarto en penumbras. La diferencia de luz era lo que la había despertado. Desvió la mirada al lado opuesto, tratando de aclarar su mente y aplacar su corazón asustado, al enfocar la vista, se encontró con la espalda desnuda de Everly, su melena extendida sobre la almohada se veía más dorada que nunca. 

—«¿Pero cómo he acabado en la cama con Everly desnuda y sin yo recordar nada?»—pensó agobiada.

Claro que había imaginado y deseado aquel momento, pero no de aquel modo, con una laguna mental que le imposibilitaba lo que había pasado y cómo habían llegado allí.

—«¿Cuántas pintas habían tomado para solo recordar la pesadilla tan vívida que había tenido?» —se preguntaba confusa, llevándose la mano a la frente y tratando de centrarse, pero a la vez sonriente porque al final aquello había sido solo un mal sueño y ahora, estaba allí acompañada por la figura desnuda de una mujer tan atractiva como era su compañera.

Alargó su brazo para tocar con sumo cuidado la espalda de su amiga e intentar averiguar las respuestas a todas las preguntas que se agolpaban en su mente, pero cuando alcanzó solo por un segundo su delicada piel, la pesadilla se hizo más temible que nunca. 

La imagen de ensueño de su amante desnuda se deshizo en rojiza arena deshaciendo a su compañera, como si nunca hubiera estado allí y dejando, donde había estado su hermoso cuerpo, solo una enorme pluma blanca. 

De la garganta de Bridget surgió un alarido de terror como nadie había podido oír antes.


© Anna G. Morgana